Hay épocas históricas que a uno le seduce más que otras. Roma y la Edad Media son algunos de esos momentos que sueña con encontrarlos en la pantalla. La Antigua China, con sus atuendos milenarios y sus guerreros, entra perfectamente en ese terreno.
Centrado en las decisiones y con un catálogo de 83 guerreros, «Dynasty Warriors 8: Empires» propone las andanzas de una serie de personajes, todos ellos originales, que en su mano está la posibilidad de unificar todo el territorio. El juego ha ampliado el contenido de la última entrega al añadir nuevas opciones estratégicas, aunque mantiene la esencia de las batallas frenéticas.
Hay una gran variedad de armas, que apabullan al usuario con la Ballesta Giratoria, Sabatons, Ganchos Pato o Espada en Llamas. Una ambientación limpia y revestida de edificaciones tradicionales y un sistema de combate directo son, junto a la personalización y creación de estrategia, las bases de esta nueva entrega.
La climatología afecta, en cierto modo, a los enfrentamientos. Si bien es cierto que no actúa como si se tratase de un mundo abierto en donde prima la total libertad de movimientos, el jugador es capaz de enfrentarse a las fuerzas de la naturaleza por el mero hecho de que aparecen nuevos elementos con los cambios de estaciones. Como es obvio, la nieve puede favorecer en el campo de batalla o, por el contrario, dificultar la conquista.
Precisamente, para lograr la misión hay que machacar los botones. Pulsando uno solo se activan varios ataques diferente, capaces de destrozar a un importante número de combatientes. Pocos comandos son los que se requiere utilizar durante las batallas a campo abierto, lo que le pasa factura al convertir el juego en algo repetitivo.
Nos sueltan, por ejemplo, en un templo en donde aparecen diversas tropas de rivales a las que hay que eliminar. Y todo actúa de forma rápida, frenética casi sin tiempo que pensar. Ese «pensamiento» es anterior, en donde se puede trazar la diferente estrategia que llevaremos a cabo. Se puede reclutar soldados, invadir territorios, crear alianzas o comprar armas. Pero todas las tareas realizadas provocan una aceleración del tiempo, por lo que habrá que intentar la misión global de unificar todos los territorios en un plazo estipulado de cincuenta años.
El título ofrece varios modos, que en ocasiones resultan incomprensibles. Por ejemplo, en el Modo Imperio, los jugadores pueden elegir entre uno de los múltiples roles que mejor encajan a su forma de combatir. El drama de la contienda bélica es, a veces, difícil de seguir por la falta de elaboradas secuencias de vídeo cargadas de diálogos que nos imbuyen dentro del personaje. Al final, todo se convierte en un juego de lucha, que es el deseo del jugador: tomar el papel de un guerro y desenvainar la espada.
Otro estilo de juego, el Modo Edición, propone crear personajes para utilizarlos en el modo anterior. Se pueden editar desde los soldados a los caballos. Y todo con el objeto de formar una unidad perfecta para la lucha. La posibilidad de controlar los sucesos del paisaje oriental entra en el Modo Escenario.
Con un apartado online cooperativo como elemento indispensable (y necesario), el juego permite incluso importar los datos guardados de la anterior entrega para mantener el nivel. Un aspecto excesivamente negativo, sobre todo, para el público al que nos dirigimos es que solo está disponible en inglés.